En realidad las emociones no son ni positivas ni negativas, pero ocurre que cuando actuamos bajo la influencia de ciertas emociones como la ira, el miedo o la envidia, las consecuencias para nosotros mismos y nuestro entorno pueden llegar a ser nefastas, incluso pueden alejarnos totalmente de nuestros deseos y objetivos. Es por ello, que debemos aprender a controlar los pensamientos y las reacciones que nos surgen a raíz de la aparición de este tipo de emociones. La emoción en origen surge como impulsos que nos llevan a actuar, como programas de reacción automática que nos permiten afrontar situaciones difíciles. En definitiva, aparecen como una señal o reacción ante un acontecimiento y tienen como propósito llevarnos a la acción, alertarnos para movernos (emoción proviene del latín movere).
En algunas ocasiones, las emociones también surgen al desencadenarse ciertos pensamientos: oigo a un perro ladrar y me acuerdo de aquel cachorrito que tuve que fue atropellado y entonces pienso en la muerte y recuerdo que ya hace tres años que murió mi padre y me pongo triste. En esos casos la emoción puede llegar a ser tan fuerte como la surgida durante el acontecimiento mismo, y puede por tanto provocar las mismas reacciones fisiológicas. Por ello dominar nuestros pensamientos es tan necesario como dominar nuestras emociones.
Para lograrlo el primer paso es tomar conciencia de lo que ocurre en nuestro interior cuando nos enfurecemos, o nos encontramos ante una situación frustrante o un triste acontecimiento o sentimos miedo por los que cambios que se nos avecinan. Saber cómo reacciona nuestro cuerpo y cómo lo hace nuestra mente es la base del auto conocimiento y necesario para la auto gestión de nosotros mismos. Y ¡ojo!, que dominar las emociones no significa anularlas. Además, cuando tendemos a anular nuestras emociones negativas, aunque no nos demos cuenta, hacemos lo mismo con las positivas (ya sabemos que lo positivo y negativo es cómo actuamos ante las situaciones o como las enjuiciamos, no las emociones). Cuando ocurre esto y no canalizamos correctamante estos daños transformando nuestras emociones, éstas se van arraigando en nuestro cuerpo y nuestra mente provocando dolores e incluso enfermedades. Se piensa que el resentemiento puede llegar incluso a generar ciertos tipos de cáncer. Es importante saber también que cuando nos encontramos en un estado de ánimo destructivo, dominado por la baja autoestima, el rencor, los celos o la envidia y por la incapacidad de mantener relaciones cercanas de amor y amistad, nuestra percepción de la realidad se verá condicionada y no nos permitirá tener una visión clara de las circunstancias, ni acerca de nuestras capacidades ni de la actitud de los demás.
La Inteligencia Emocional, que supone el manejo inteligente de las emociones, es la capacidad de entender, regular y modificar los estados de ánimo propios y ajenos. Mejorar esta habilidad y practicar la empatía y la asertividad nos permitirá una mejor relación con nosostros mismos y con los demás, y nos mantendrá en estados mentales constructivos, caracterizados por el respeto hacia el otro y hacia uno mismo, por la autoestima merecida, la sensación de integridad y benevolencia, la generosidad, el amor, la amistad, y una visión clara de la justicia.