En el post anterior comentaba que una de las habilidades básicas de liderazgo necesarias para emprender es la flexibilidad. Un buen líder tiene una mente abierta es decir, que es capaz de adaptarse a los cambios y está dispuesto a contemplar nuevos puntos de vista. La flexibilidad mental es fruto de una personalidad de sólidas raíces, y para tener unas sólidas raíces se requiere tener claro los valores fundamentales que guían nuestras acciones y decisiones. Un líder sin valores sólidos es como un árbol cuyas raíces no han profundizado en la tierra y es arrancado por el primer vendaval.
Cuando estos valores están confusos o hay conflicto de valores porque lo que nos importa en el área personal no es lo mismo que lo que nos importa en el área profesional, nos genera inseguridad, y por tanto, para contrarrestar esa inseguridad nos comportamos de manera rígida por miedo y desconfianza ante los cambios y ante aquello que no controlamos. Esa rigidez genera una actitud defensiva, y un empeño por defender nuestra postura y tener la razón, lo que a su vez provoca enfrentamientos y rupturas en las relaciones. Todo ello desemboca en frustración y desmotivación.
Los valores son los motivos que impulsan a las personas a actuar y a realizar cambios positivos, por lo que resulta clave tener claro cuáles son estos motores que nos mueven. Cuando los valores están bien definidos y alineados a nivel personal y profesional, sabemos que nuestras acciones y decisiones van en esa dirección y sentimos seguridad y confianza en el resultado, ya que sabemos a dónde nos dirigimos y para qué.
Tener la meta clara es esencial para alcanzar el éxito, aunque no es suficiente, es necesario también crear una estrategia para alcanzarla. Sin embargo, debido a contratiempos, imprevistos o a cambios inesperados, puede ocurrir que nos desviemos de nuestro objetivo o que dudemos de si estamos haciendo lo correcto para lograrlo. Entonces es momento de revisar el avance y hacer uso de nuestra flexibilidad para redefinir la estrategia si fuera necesario en pos de corregir el rumbo, pero en ningún momento perder de vista el propósito.
Ser flexibles nos permite cuestionarnos la efectividad de nuestro plan de acción y valorar si los resultados que estamos obteniendo son los deseados y estamos cumpliendo los plazos previstos, y en caso contrario nos da la capacidad de reajustar las fechas y redefinir las acciones necesarias para retomar el foco con ilusión. Para entrenar nuestra flexibilidad hemos de estar dispuestos a valorar alternativas y a cambiar la forma de ver y hacer las cosas. Además, una actitud flexible nos ayuda a cultivar la creatividad para encontrar nuevos caminos que nos lleven a nuestro destino.
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